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martes, 21 de agosto de 2012

Metsä


Metsä

La luz de la luna penetraba entre los oscuros árboles sobre los que corría aquella bestia que aún me perseguía. Su pelo azabache cubría todo su cuerpo, sus zarpas se agarraban a la corteza de los árboles con fuerza y le impulsaban hacía el siguiente, sus ojos del rojo más oscuro me oprimían, sus dientes puntiagudos se dejaban ver entre unos carnosos labios negros.

Tropecé con una raíz sobresaliente de algún árbol, seguramente anciano, como todos losdel bosque. La bestia bajó de entre estos y se sostuvo sobre sus dos peludas patas. De su nariz emanaba el frío vaho de aquella noche. Observada mi temor. No podía huir.

Permanecí inmóvil ante aquella cosa. Extendió sus brazos y los introdujo en su boca, la abrió rompiendo sus mandíbulas hasta desenvolver de su interior una cabeza humana. Se quitó toda su piel como si de un vestido se tratase descubriendo que tras ese aterrador ropaje yacía una bella joven, tan blanca y pura como la nieve, tan frágil como el cristal. Perdí mi miedo ante ella. Me acerqué e intenté hablarle pero esta no respondía. Me miró tristemente y comenzó a llorar una sangre tan roja que parecía habérsela pintado sobre su piel. Las gotas de su llanto mojaron las hojas secas del suelo que crujían al compás de mis pasos al moverme extrañado por todo aquello que veía.

Tras de ella una fuerte luz blanca me cegó de repente. Cientos de animales corrían, huían de aquello que me iluminaba y cegaba. Esta clareó un poco y divisé lo que a simple vista parecían máquinas y, no me equivocaba. Gigantescos artefactos de acero que iban talando los árboles, los más longevos seres de este bosque. Otras criaturas azabaches bajaron de entre las tinieblas. Me miraron fijamente, mudaron de piel, lloraron aquél jugo rojo, me suplicaban ayuda mientras podía escuchar a los árboles gemir. El bosque lloraba. El bosque moría y yo no podía hacer nada. Metsä.

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