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martes, 6 de noviembre de 2012

Otero



Otero

Camino entre ignorancias y desidias intentando llegar a mi madriguera con la esperanza de que aún me estés esperando allí. Te encuentro tumbado e hibernando. Me acerco y te susurro. Sé que me oyes. Te acaricio. No respondes.
Te alejas de mí durmiendo sobre el otero más inclinado. Intento subir el declive pero la pendiente no hace mas que arrastrarme más abajo. Cada vez te veo más lejos de mí y tú no haces más que dormir. Perezoso.
La oscuridad nos atrapa. Es imposible huir de ella.
Enciendo una hoguera quemando algunos recuerdos de espaldas a tu diván, pero me es casi imposible no mirar la cumbre del collado y verte sin hacer nada. Dormilón.
Cuanto más se apodera el olvido de las llamas más el calor derrite los cimiento de tu otero acercándote hacía mí y empujándome a la lumbre. El fuego está muy cerca pero tú lo estas más. Arderemos los dos. Arderos en el infierno mientras nos pudren los gritos de los demás.
Ahora te tengo entre mis brazos. Soñando entre mis brazos. Ahora sufrimos los dos. Juntos. Los dos.
Mis ojos se cansan, tu compañía me los cierra. Hibernaremos juntos. Quimera.
Ahora duermo solo sumergido en una cama empapándome del mar de la igualdad, pero al pisar la orilla la evapora el sol de la sociedad.

martes, 21 de agosto de 2012

Metsä


Metsä

La luz de la luna penetraba entre los oscuros árboles sobre los que corría aquella bestia que aún me perseguía. Su pelo azabache cubría todo su cuerpo, sus zarpas se agarraban a la corteza de los árboles con fuerza y le impulsaban hacía el siguiente, sus ojos del rojo más oscuro me oprimían, sus dientes puntiagudos se dejaban ver entre unos carnosos labios negros.

Tropecé con una raíz sobresaliente de algún árbol, seguramente anciano, como todos losdel bosque. La bestia bajó de entre estos y se sostuvo sobre sus dos peludas patas. De su nariz emanaba el frío vaho de aquella noche. Observada mi temor. No podía huir.

Permanecí inmóvil ante aquella cosa. Extendió sus brazos y los introdujo en su boca, la abrió rompiendo sus mandíbulas hasta desenvolver de su interior una cabeza humana. Se quitó toda su piel como si de un vestido se tratase descubriendo que tras ese aterrador ropaje yacía una bella joven, tan blanca y pura como la nieve, tan frágil como el cristal. Perdí mi miedo ante ella. Me acerqué e intenté hablarle pero esta no respondía. Me miró tristemente y comenzó a llorar una sangre tan roja que parecía habérsela pintado sobre su piel. Las gotas de su llanto mojaron las hojas secas del suelo que crujían al compás de mis pasos al moverme extrañado por todo aquello que veía.

Tras de ella una fuerte luz blanca me cegó de repente. Cientos de animales corrían, huían de aquello que me iluminaba y cegaba. Esta clareó un poco y divisé lo que a simple vista parecían máquinas y, no me equivocaba. Gigantescos artefactos de acero que iban talando los árboles, los más longevos seres de este bosque. Otras criaturas azabaches bajaron de entre las tinieblas. Me miraron fijamente, mudaron de piel, lloraron aquél jugo rojo, me suplicaban ayuda mientras podía escuchar a los árboles gemir. El bosque lloraba. El bosque moría y yo no podía hacer nada. Metsä.